You want a revolution
En el mundo de la comunicación hemos perdido la inocencia y todos nos hemos convertido, paso a paso, en Santo Tomás.
Las causas de este cambio —de creernos que todo lo que estaba anunciado en televisión o respaldado por algún famoso tenía características únicas— nos hacían creer a pies juntillas todas las promesas que nos hacían.
El sector de la publicidad reaccionó ante estos cambios y la comunicación cambió de estrategia: pasó de vender producto a vender valores, a vender experiencias. Pero con cada cambio, el mercado creaba nuevas capas de defensa. Después de sentirnos engañados en más de una ocasión, aplicamos el dicho inglés: “Fool me once, shame on you. Fool me twice, shame on me.” El resultado es que, para combatir esta resistencia, en vez de replantearnos nuestra honestidad a la hora de comercializar un producto o servicio, o cambiar cómo nos acercamos, hemos optado por la táctica de arrasar: publicar mucho y sin demasiado sentido, apoyados por IA, usar anuncios y más anuncios hasta que, al final, nuestras neuronas quedan entumecidas de tanto mensaje, muchas veces contradictorio. Un ejemplo de esto es LinkedIn, que era una red profesional y, si no encuentran la manera de pararlo, se está convirtiendo en un basurero de publicidad mal encubierta a base de prompts mal diseñados.
Pero ahora que estoy sentado en la terraza de un bar, escuchando Brown Eyed Girl de Van Morrison, me doy cuenta de que esta deriva está afectando a personas y empresas que realmente dan un servicio real, necesario, efectivo y profesional. Me refiero a esas pequeñas empresas o autónomos que realmente se preocupan por sus clientes, se preocupan por formarse y ser el mejor profesional, que no duermen porque un proyecto no está saliendo correctamente o porque un cliente que conocen de toda la vida está sopesando cambiarse a un big player y dejarlos de lado.
Este segmento del tejido español, que representa más del 95 % del tejido productivo, el 65 % del PIB y el 72 % del empleo, estos currantes que no tienen nada en común con los directivos del IBEX, son los que día tras día han de subir la persiana y mantener su facturación: por sus trabajadores, por ellos mismos y por Hacienda, que está ahí sacando tajada del sudor del de enfrente.
Este sector no puede influir en un político, ni en un congresista, ni mucho menos llamar al presidente de alguna institución para darle dos opciones: o cambia una norma o la vida está llena de informes que rellenan personas con dudosa ética y valores, que quizás podrían hacerle dimitir y tener que buscarse una alternativa a su ritmo de vida.
Con este ambiente, con esta actitud, el esfuerzo de que te crean, de que las palabras que hemos gastado en nuestras presentaciones, webs y portfolios —“El cliente en el centro”, “Somos profesionales”, “Calidad”, “Nos preocupa el medio ambiente”, “Somos sostenibles”, “Somos auténticos” (a pesar de que todo el copy te lo ha hecho una IA)— y cualquier otro mantra de moda está quemado. Ya nadie cree nada y reclama pruebas.
Como decía John Lennon, queremos una revolución, queremos un cambio donde la palabra dada tenga valor, donde una promesa se cumpla y la honestidad se dé por supuesta. Donde engañar esté mal visto, donde mentir tenga consecuencias, y las personas con valores sean referentes y no simplemente un loco raro. Queremos una sociedad con memoria, que no olvide al que ha engañado, al que ha robado, pero también que sepa perdonar si hay arrepentimiento.
Pero también, como decía Lennon: “We want to see the plans”, porque si no, va a quedar en la enésima pataleta con el objetivo de ganar atención e incrementar ventas. Queremos una revolución honesta, sincera, desde el corazón, donde las personas sean tratadas como tal, de arriba a abajo y de abajo arriba. Donde seamos conscientes de que el individuo es importante, pero el grupo donde se encuentra también, y seamos capaces de colaborar con los demás porque nadie abusa del resto.
Y de nuevo, citando al bueno de John: “Call me a dreamer”, pero imagina un mundo así. Y en eso me he metido yo: intentar crear un mundo que sea un poco mejor, con mi pequeña aportación. Y después de salir de Barcelona Activa, creo que es más importante que nunca que los que creen que la mejor versión de nuestra sociedad está por llegar, empujen un poco más para que florezca.


