You live, you learn
Si de joven no tienes pasión, es que no estás viviendo; pero si de mayor no tienes sabiduría, es que no has aprendido.
Hace ya mucho tiempo, en un tugurio lejano, en medio de una fiesta donde se mezclaban alcohol, hormonas y rock and roll, me encontraba en un lavabo intentando reiniciar mi sentido del equilibrio, con las manos apoyadas contra una puerta rota y raída, y la frente descansando sobre esa misma puerta de color madera, oscurecida por los años, el alcohol y las rebeliones del estómago ante la baja calidad de la comida del lugar. Con los ojos cerrados, pensaba: esto no hay que repetirlo, más como ironía que como convicción. Pero al abrir los ojos leí una frase que me ha vuelto a la memoria mientras removía el tiempo con el café, justo antes de ese momento en el que te conviertes en ese meme que odias: “buscar trabajo es un trabajo”, pero convertido en una dolorosa realidad.
La frase rezaba lo siguiente:
“Si de joven no tienes pasión, es que no estás viviendo; pero si de mayor no tienes sabiduría, es que no has aprendido.”
Esta sabiduría popular —este subconsciente colectivo grabado a punta de navaja mientras Johnny Walker baila reguetón por tus venas— plantea dos axiomas importantes:
Uno: que hay que encontrar lo que te apasiona, y si no puedes, poner tu alma en tu vida. Hacerlo con intensidad, con ganas, sin mirar atrás, y pedir perdón antes que permiso. Meterse en todos los charcos posibles y bailar con el diablo a la luz de la luna si es preciso. Y, por supuesto, intentar seducir a quien más te guste, porque la vergüenza no enamora a nadie, y el barrio de la friend zone ya tiene problemas de gentrificación.
Dos: si cuando eres joven —pongamos entre los 18 y los treinta y cinco— no te has arriesgado, si no has entendido el poema If de Kipling, serás como ese barco que llega a puerto sin pasajeros, sin historias, sin experiencia; una cáscara vacía incapaz de entender a las personas, porque no viviste lo suficiente como para sentir miedo al fracaso, adrenalina antes de subir a un escenario, el primer beso, el error, el arrepentimiento. La vida es muy dura, muy jodida, complicada. Pero si no llenamos el viaje de experiencias, sentimientos, recuerdos, amigos que se fueron, otros que se quedaron, amores que no entendimos y que ahora sabemos lo increíbles que eran… ¿para qué hemos vivido?
Por otro lado, si después de aplicar esa premisa de entregarse, de vivir el momento, de creerte el carpe diem y llorar con El club de los poetas muertos, no eres capaz de extraer aprendizajes, correlaciones, prever consecuencias y generar predicciones… hay un problema. O bien tu neocórtex falla, o eres un Borbón de pura cepa: ni aprendes ni olvidas.
No creo que uno pase de apasionado a sabio con un clic. Creo que es cuestión de equilibrio, de enfoque, de elegir bien. Cuanto más mayor, más claro tienes qué te apasiona, qué te gusta, o simplemente en qué eres bueno. Y si aplicas la teoría de la creatividad, combinas lo que has aprendido en distintas áreas y generas aportaciones más valiosas que quienes carecen de historial.
Por eso, como entrenador y como jefe de equipo —ya sea directivo o en cualquier otro rol— siempre he incentivado que la gente explore, que encuentre su forma de expresarse, que descubra ese don que todos tenemos.
En el deporte de formación esto parece más fácil, aunque hay mucho motivado que solo quiere ganar y no formar. Pero en la empresa aparece el síndrome del jefe: “se hace como yo digo”. Y sí, hay riesgos. Pero dejando normas claras y creando un sandbox de desarrollo, creo que es posible que un equipo llegue más lejos de lo que uno imagina… si confías en ellos, si les das el apoyo necesario —moral, ético y de recursos.
El problema es el riesgo.
¿Tienen miedo los jefes de ser superados por sus propios equipos? Llevo barruntando sobre el tema mucho tiempo. Hay directivos que marcan pautas estrictas, consiguen beneficios, pero queman equipos. Y les da igual, porque en cuatro años ya están en otro sitio. Su ventaja es que, con su currículum, todos los quieren fichar. Su contraparte, el que crea equipos y forma personas que todo el mundo quiere contratar, no siempre está en el podio, pero consistentemente aparece entre los diez mejores lugares para trabajar. Ese jefe no tendrá tantas ofertas, me apuesto lo que queráis, pero seguro que habrá dejado un legado. Y con suerte, quienes consigan liderar un equipo aplicarán sus ideas y mantendrán viva la esperanza de que el lugar de trabajo puede estar diseñado para personas, no solo para KPIs.