Quién cuida al líder
Hace unos pocos días me hicieron un comentario que me hizo recordar un libro que no creo que sea muy popular, pero que tiene algunas perlas interesantes: El árbol generoso. Este cuento nos plantea las luces y sombras de una amistad totalmente desinteresada y los riesgos de la falta de equilibrio, planteada como una fábula entre un árbol y un niño.
Hablamos a menudo del rol del líder, que si tengo que definirlo ahora —que es domingo, estoy sentado en el sofá mientras tengo de fondo un partido de baloncesto— os diría que la función de un líder es servir a su equipo, dotarlo de la capacidad y los recursos para conseguir unos objetivos fijados por él mismo o por otros. Podemos añadirle las capas que necesitaría para conseguirlo, como proactividad, escucha activa, empatía, conocimiento, gestión del estrés, dinámicas grupales y tantas habilidades blandas como queráis, pero el objetivo básico es el que he comentado.
Obviamente, para este objetivo el líder del equipo ha de realizar un trabajo que no siempre se ve y que pocas veces se refleja en los KPI, más allá de índices de retraso, rentabilidad de proyectos, rotación del departamento, pero ningún KPI que lo mida. Ser el líder del equipo se cobra una pieza de su alma, por ponernos poéticos, del mismo modo que cada vez que un músico deja su alma en el escenario está más cerca de quedarse sin nada más que el cascarón de su cuerpo, sin nada que lo sustente.
El músico tiene una ventaja: hay una multitud de personas —que pueden ser de doscientas a cien mil— que le empujan a vaciarse, pero siempre le devuelven más de lo que da, llenando de nuevo su corazón, su alma, si me permitís este punto espiritual. Uno recibe más de lo que da, y por eso un músico que sea capaz de cargar de ilusiones y, por un momento, hacer que se sientan parte de algo más grande que ellos mismos, recibe una dosis tan grande de amor, respeto y admiración que lo catapultan más allá de lo que uno podría ver a simple vista.
En el mundo de la empresa y de los equipos de alto rendimiento, ¿quién lidera al líder?, ¿quién le devuelve el alma que vuelca en su equipo? Dos palmadas en la espalda diciendo “felicidades por el trabajo” no suele correlacionar con lo que él mismo y su equipo se han dejado en el camino para poder entregar a tiempo y forma el proyecto que el directivo de turno se había obsesionado en conseguir. Decirle “Povedilla, sabíamos que podíamos confiar en usted en este proyecto, y de ese aumento de sueldo ya hablaremos” no suele ser la mejor forma de alimentar esa parte no medible que se pone en el día a día.
He mirado la bibliografía sobre el tema, que luego comentaremos, pero vamos a darnos una dosis de realidad. ¿Qué suele ocurrir en una empresa que tiene un líder de los que consigue equipos motivados y alineados? Lo normal es que se empiecen a aceptar proyectos más complejos y difíciles y se les asigne sin más pitch elevator que “Obi-Wan, eres nuestra única esperanza”. Ante las reclamaciones que pueda hacer de más recursos, más tiempo o más personal, se le contesta que estamos con tensiones de tesorería y el proyecto va justo a nivel de presupuesto, o directamente que si toca trabajar el fin de semana, es lo que hay que hacer porque el cliente es muy importante. Sobre pagar más, recuerda que este presupuesto es casi deficitario, por eso, Obi-Wan, te escogimos a ti para salvarlo.
Resumiendo, la tendencia es a exprimir a los buenos líderes por la sencilla razón de que no somos capaces de valorarlos por la calidad que aportan o simplemente porque puede ser el que le quite la silla a su jefe directo. Se les asignan los proyectos más difíciles y, como si fueran un John Rambo cualquiera, se les deja solos y sin apoyo logístico. Y lo mejor es que si no lo consiguen se les culpabiliza, y si por un casual alcanzan objetivos, aparece un listado de voluntarios para ofrecerse como candidatos para llevarse el mérito. Conclusión: se queman, se van o directamente cambian de sector porque no quieren que la humanidad que llevan consigo acabe consumida por proyectos que no aportan nada a los valores que defienden, y para aumentar la facturación de una empresa que, cuando las cosas van mal, lo primero que reduce es su personal —y él puede ser el siguiente—, ciertamente crea desazón y desconfianza.
Pero sí os puedo decir lo que sí podéis hacer todos los que detectéis a uno de estos perfiles. Recordad: baja rotación, cumplir proyectos, motivación alta. A estos perfiles intentad darles espacio para ellos; lo de sesenta horas semanales no es algo que se recomienda a nadie desde el sector de la salud, la mental y la otra, por mucho que el gurú de turno insista en que el trabajo santifica. Disfrutar de la vida tiene un sentido más sagrado. Traducido: darle tiempo libre para que pueda disfrutar de amigos, pareja, familia o simplemente tumbarse en el sofá y leer o ver series.
Otro punto a destacar es darle recursos. Queda muy bien decir “venga, que me he puesto la última de Wagner y vamos a invadir Rusia”, pero si no dotas de recursos a tu equipo, lo primero que va a pasar es que te constipes porque el general invierno tiene muy malas pulgas, y lo segundo es que te pase lo mismo que al francés y al alemán: que sea tu tumba como incipiente líder mundial. Los proyectos necesitan recursos, los milagros necesitan intervención divina, y la última vez que miré no consta ningún dios o semidiós en la Seguridad Social, con lo que no, no hay milagros, sino la tozuda realidad.
Para finalizar, un tema que puede ser útil es formar al líder en habilidades blandas sobre cómo gestionar el estrés. Darle acceso a un coach o psicólogo de empresa que le ayude a gestionar la realidad, que no siempre es agradable. Enseñarle herramientas de gestión emocional, de gestión de la presión y que sea capaz de gestionarlo todo sin que su estructura emocional se derrumbe ante la presión.
Pero atención, hay un paso más: formar al jefe del líder, el que le asigna proyectos, el que da el OK presupuestario. Enseñarles a liderar, enseñarles cómo la autoridad más poderosa es la que te da tu equipo y no la que te otorga el sueldo o la tarjeta de empresa. Que sean capaces de entender lo que es caminar con los zapatos de otro. Este, creo yo, sería la guinda del pastel: enseñar a todos a cuidar a los que nos cuidan.


