Por qué pagamos la entrada a un parque de atracciones
Este fin de semana he estado pensando en los partidos que hemos disputado, en los jugadores, en los contextos y en cómo han ido los resultados, y me he acordado de lo importante que es ser o tener un buen líder, que en mi caso, y valga la modestia, me apasionaba. Cada día me levantaba con ganas de ir a la oficina, de que me formaran, acudir a cursos y leer un libro tras otro.
Me apasionaba crear parques de atracciones para mi equipo, convertir el lugar de trabajo en un espacio lleno de experiencias que se llevarían con ellos a lo largo de su carrera, ya sea de forma consciente o como parte inherente a su bagaje de herramientas profesionales.
Como todo parque de atracciones, pensábamos que teníamos montañas rusas, donde la adrenalina corría por las venas con las curvas, los giros de trescientos sesenta grados, los autos de choque para pasar el rato y, por supuesto, la cantina. Pero mi parque de atracciones también tenía su túnel del terror, donde el miedo y el pánico hacían gritar hasta al más valiente, pero al salir de esa casa encantada, salían todos riendo y gritando: “¡Joder, el puto payaso zombi, qué susto me ha dado!”
Si os fijáis, nadie preguntaba la hora de cierre, ni cuánto tiempo tardaba en llegar la montaña rusa a destino, ni se ponían a correr al túnel del terror para acabar lo antes posible.
Todos y cada uno de ellos se dedicaban a disfrutar el momento, vivir el proceso que, de forma consciente la menor parte de las veces y la mayor parte del tiempo, venía impuesto por la realidad que marcaba su agenda. Pero en cada momento disfrutábamos del proceso, de estar juntos, de afrontar retos juntos y, una vez llegado a la solución o al final, compartir la experiencia y crecer como individuos y como grupo.
Ahora veo algo que me preocupa: veo una obsesión por las metas, por los objetivos, por esa celda del Excel que marca un número a fuego y a la que todos han de estar sometidos.
Comprendo que los responsables tienen cifras a las que se han de ajustar, pero si nos olvidamos de que nuestra materia prima son personas, usar el látigo no es la manera más eficiente de gestionar un grupo. Ha de ser capaz de disociar su grupo de los resultados —sin olvidarlos— y llevarlos a su propio parque de atracciones.
Por su parte, si tu objetivo es solo llegar a la meta, si miras el reloj para ver la hora, si no vives el proceso, no aprovecharás ni la mitad de los inputs que te regala ese camino que te han colocado delante.
¿Y por qué digo que hemos de convertir el trabajo en un parque de atracciones?
De entrada, hemos de tener todos claro qué hacemos ahí, hemos de dar roles e instrucciones claras a cada uno y qué esperamos de cada uno de ellos. No todos hemos de ser tratados de la misma forma, no todos tenemos los mismos objetivos, pero todos son importantes, y destacar que, sea cual sea su rol, es fundamental para el grupo. Aquí tendremos al loco de ir a todas las atracciones, al que nos recordará el mejor lugar para comer o al que mantendrá al grupo unido; cada uno ha de cumplir su función.
Hemos de darles las herramientas a todos los que van al parque de atracciones: si hay atracciones de agua, tendremos que darles bañador y toallas; les hemos de dar dinero para ir a comer a los sitios, y les hemos de dar la seguridad de que les dejaremos en la puerta y los recogeremos puntualmente a todos y cada uno de ellos.
También les hemos de dar la seguridad de que, pase lo que pase, estaremos con ellos: si alguien tiene miedo en el túnel del terror, iremos de la mano con él; si la montaña rusa nos asusta, nos sentaremos a su lado; o si a uno le da una insolación porque no se ha puesto crema solar y cae un calor de narices.
Has de fomentar lugares donde se sienten y ellos sean ellos, que mientras toman un café comenten la última atracción, se rían o busquen alternativas para la siguiente vez que suban a una atracción similar.
No te olvides de felicitar a todos ellos por sus pequeños logros, o por sus grandes logros. Si el que tiene vértigo consigue subir a la atalaya de turno, felicítalo; da feedback positivo tanto como sea necesario, pero sin convertirte en empalagoso. Y si los objetivos se resisten, da estrategias, ideas, sé consciente hasta dónde puedes apretar y cuándo dejar un margen.
La vida, como decía mi hermano, es una montaña rusa —él no usó lo del parque de atracciones— y no te subes pidiendo que se acabe, sino que sea lo más larga posible y con cuantas más bajadas, subidas y giros mejor; cuanto más gritemos, mejor... La vida, el deporte, el trabajo, es para vivir emociones, aprender y, cuando se acaba, a por el siguiente proyecto.
Por eso os digo, jefes, líderes, mandos intermedios y todos los demás: aprended a disfrutar y, si os cuesta comunicaros, crear este ambiente, pedid que os traigan a un profesional para ayudaros. Las soft skills se pueden entrenar y nunca es tarde para nadie.


