¿Por qué nos mentimos?
Las personas mienten, simplemente hay que mirar la sección de política de un periódico, acercarse a un departamento de marketing o de RR. HH., o simplemente salir a la calle y, si aplicas una mirada crítica, entenderás de lo que hablo.
Hay cientos de razones por las que mentimos: por querer algo del otro que no podríamos conseguir si fuéramos honestos y ocultamos la verdad. En otras ocasiones prometemos lo que desea un grupo, asumiendo que no podremos cumplirlo. En este juego de mentiras participamos todos porque hay un componente social que presiona, y mucho. Romper los consensos de grupo es muy difícil y no siempre somos capaces de hacerlo.
Pero la mentira de la que quiero hablar es la que nos decimos a nosotros mismos. Esas mentiras que, cada vez que las pronunciamos, sabemos que renunciamos un poco más a nosotros mismos, hasta que al final dejamos de ser fieles a nosotros y nos encontramos perdidos porque, de tanto decir que sí, ya no sabemos qué queremos.
Decía Jordan Peterson que este es el problema de las personas que intentan ser agradables y rehuyen todo conflicto: cuando ha pasado suficiente tiempo, ya no saben qué quieren, no saben qué les gusta, y el trabajo para reconstruir su personalidad de nuevo es un camino largo y difícil.
El conflicto es parte de la vida, y no estamos preparados para trabajar con él. En mi trabajo diario veo frecuentemente al que buscaba ser agradable y evitaba conflictos, con lo que el conflicto seguía enterrado hasta que finalmente explotaba, imposibilitando una solución que dos meses antes habría sido factible. La otra cara de la moneda son los que sí tienen claro qué quieren, pero no son capaces de ponerse en la piel del otro ni llegar a un acuerdo; son personas maximalistas: o estás con ellos o contra ellos.
En ambos casos veo problemáticas que se han de solucionar, y es mejor no mentirnos a nosotros mismos y afrontar la realidad lo antes posible para conseguir que un grupo se mantenga sano, estable y mentalmente equilibrado.
La frase “conócete a ti mismo” debería ser una asignatura en el colegio, porque es donde parte todo. Como decía un viejo marino, de esos de pipa, barba mal arreglada y peor temperamento, pero mejor bodega de espirituosos: “¿Cómo mierda voy a saber cómo ir a puerto si no tenemos ni puta idea de dónde estamos?”.
¿Pero qué significa conocerse a uno mismo? ¿Saber si eres alto, si eres guapo, si eres inteligente, si tienes don de gentes o si prefieres la tortilla con cebolla o sin cebolla? En parte sí, pero es la parte del iceberg que vemos; hay mucho más en lo que tenemos que profundizar para entender qué somos y, lo más importante, qué podemos llegar a ser.
Si miramos la bibliografía y sin entrar en teorías concretas como la Yo espejo de Cooley, Yo real, yo ideal de Carl Rogers o las teorías como el psicoanálisis de Freud, casi todas parten de unos principios que podríamos resumir en lo siguiente:
Qué es importante para ti, qué valores te representan.
Aceptarte como eres, quererte tal cual sin la necesidad de la aprobación de otros.
Ser asertivo: defender lo que crees, lo que valoras, defender tu espacio y tu tiempo frente a otros, a pesar de que puedas enfadarlos. Ser consciente de que tus necesidades van primero.
Querer mejorar, partiendo de la posición en la que estás.
Esto parece fácil, pero os aseguro que no lo es, y hay momentos en que nos dejamos algún punto por el camino porque la realidad tiene sus propios planes.
Y ahora vendría la pregunta clave: ¿cómo lo conseguimos? Lo primero y más importante es que quieras. La psicología y el coaching comparten una realidad: no pueden ayudar a quien no sabe que necesita ayuda o no quiere que le ayuden. No podemos poner un vendaje a las neuronas. O realmente quieres mejorar y, sobre todo, asumir el trabajo que conlleva, o no gastes ni tu tiempo ni tu dinero. Pero si estás en este camino, consulta con un profesional.
Si te da reparo porque, a pesar de que ahora está mejor visto recibir ayuda —ya sea para mejorar a nivel personal o profesional (no sabéis el número de directivos que han mejorado con la ayuda de estos profesionales)—, vamos a resumir unos trucos que quizás os sirvan:
Sé consciente. Siente cómo late tu corazón cuando te enfadas, qué pensamientos recorren tu cabeza. No juzgues, solo siéntelos y, cuando estos se desvanezcan —porque créeme, todo pasa—, analízalo. ¿Por qué te enfadaste? ¿Por qué te pusiste nervioso? ¿Qué fue lo que lo provocó? ¿Cómo lo afrontarías ahora? Intenta ser dueño de tu cerebro y corazón para que las circunstancias no manden en ti, sino tú en ellas.
Qué es importante para ti, qué principios son irrenunciables. Ahora coge el listado y mira si estás alineado con ellos en tu vida. Si crees que es importante una vida sana pero no haces deporte, si crees que tu tiempo es importante pero la mayor parte del tiempo te lo pasas mirando redes sociales… Sé honesto, repasa y observa las incongruencias y cómo puedes solventarlas.
Cómo te relacionas con los demás. Piensa cómo te gustaría que te trataran a ti y cómo tratas a los demás. ¿Das los buenos días? ¿Das las gracias? ¿Eres educado y atento cuando la gente se dirige a ti? Ojo, ser atento no es estar siempre disponible, pero en vez de gritar “No me molestes”, cámbialo por “Perdóname, estoy muy ocupado ahora mismo; si quieres, podemos agendarlo para otro día”. Y haz la reflexión: ¿por qué te comportas de esa manera? ¿Algún patrón aprendido anteriormente? ¿Es todo tuyo y por qué?
Lleva un diario. La memoria nos engaña, siempre intentará dejarnos bien porque, al final, somos la persona con la que viviremos el resto de nuestra vida. Escribir un diario breve con las ideas básicas de lo que has conseguido, sentimientos, experiencias, te dará perspectiva de cómo estás cuando vuelvas a ellos y te veas como te sentías en ese momento.
Ábrete a los demás. Deja que los que te rodean te comenten cómo te ven, cómo puedes mejorar. Sé abierto y respetuoso y analiza cómo te sientes con los comentarios positivos y, sobre todo, con los negativos, y qué piensas hacer con esa información. ¿Es correcta? ¿Incorrecta? ¿Por qué?
Quiero creer que al menos la mitad de vosotros hará los cinco puntos y, con suerte, mejorará como persona, será capaz de mentirse menos y conseguiremos un lugar mejor en las empresas porque los directivos estarán alineados con sus valores y no con la disociación que tenemos.
Y con suerte, alguno llamará a un profesional y entonces, bravo por ti y por todos en este viaje maravilloso que es conocerse.


