Miguel Penedés
Hay conversaciones que vuelven porque siguen siendo necesarias. No por nostalgia, sino porque la realidad nos demuestra que lo que está en juego —en el deporte, en la empresa y en la educación— es la forma en la que enseñamos a las nuevas generaciones a convivir con la adversidad. El baloncesto, en ese sentido, no es solo un juego: es un espejo de la vida, donde la constancia, el sacrificio y el esfuerzo encuentran su verdadero significado cuando sirven para formar personas más íntegras y no solo mejores jugadores.
Miguel Panedés lleva años observando ese equilibrio frágil entre la competición y la formación. Desde su experiencia como coordinador en AESE, ha convertido el baloncesto en un aula de valores. En sus palabras se percibe una preocupación genuina: la de ver cómo los clubes formativos se vacían cuando el éxito inmediato se antepone a la educación profunda. Y, sin embargo, sigue creyendo que hay esperanza, que es posible reconstruir un modelo donde ganar no sea lo contrario a educar.
Hablar con él es hablar de ética deportiva, pero también de liderazgo humano. De cómo los entrenadores —igual que los líderes en las organizaciones— pueden ser espejos que enseñan a gestionar la frustración, a respetar el proceso, a entender que no siempre se juega en el equipo A, pero siempre se puede jugar bien la vida. Porque entrenar no es solo dirigir a otros: es aprender a acompañar, a servir y a crecer junto a quien confía en ti.
En esta conversación, Miguel vuelve a compartir su visión sobre la formación en el baloncesto y el reto de mantener viva la pasión en un contexto cada vez más exigente. Hablaremos del papel de las familias, de los clubes, de la federación, pero sobre todo del valor de las pequeñas decisiones que construyen o destruyen el tejido humano del deporte base. De cómo el amor por enseñar puede resistir incluso cuando faltan recursos, tiempo o reconocimiento.
Hoy, con todos nosotros, Miguel Panedés.



