Hay personas para las que el baloncesto es más que un deporte: es una forma de ordenar la vida, de entender el compromiso, de encontrar sentido en el esfuerzo y el sacrificio. Detrás de cada entrenamiento, de cada conversación en un bar tras un partido, hay un modo de ver el mundo donde el trabajo y la pasión se entrelazan para formar carácter. Para algunos, el baloncesto no solo enseña a jugar, sino a vivir.
Desde los clubes de barrio hasta los campeonatos europeos, su trayectoria está marcada por una idea clara: formar antes que ganar. Enseñar a disfrutar del proceso, a valorar el camino por encima del resultado. Porque cada jugador y jugadora es una historia distinta, un ritmo diferente, y el papel del entrenador no es imponer, sino acompañar, inspirar y dar ejemplo.
Habla del baloncesto como un lugar donde se aprende a ser mejor persona. Donde los entrenadores tienen un poder enorme —y una responsabilidad igual de grande— para moldear actitudes, transmitir valores y dejar huella más allá de una cancha. Y lo hace desde la experiencia, con la serenidad de quien ha aprendido que los resultados más importantes no aparecen en un marcador.
En su mirada hay respeto por la paciencia, por el crecimiento lento, por el aprendizaje continuo. Defiende la sencillez de las cosas bien hechas, la importancia del porqué detrás de cada ejercicio, de cada palabra, de cada gesto. Y sobre todo, cree que educar a través del baloncesto es sembrar a largo plazo, incluso cuando los frutos tardan en llegar.
Hoy, con todos nosotros, Javi Torralba.


