Háblame
Te encuentras frecuentemente en eventos y saraos de alto y bajo postín a más de un emprendedor, o una persona que, por las razones que sean, ha de pasar del lado de trabajador por cuenta ajena a descubrir las maravillas del mundo del autónomo. Sea cual sea el caso por el que cambia de bando, algunos de ellos parecen haberse quedado clavados en las películas de espías de los años 50, donde un señor con gafas extraordinariamente feas y con un acento rascando garganta era el espía de la KGB que quería robarnos la propiedad intelectual de la empresa usando tácticas tan novedosas como el percebe infiltrado o la tentadora oferta que no podrás rechazar: o bien me das acceso a tu información o tu pulso sanguíneo pasa a ser cero.
Es cierto que hay robo de ideas, que hay mucho avispado que intenta hacer suyos conceptos de otros, pero esto ocurre más dentro de empresas para hacer la pelota al jefe o bien, eres una empresa puntera y entonces sí, ahora ya son personas con rasgos orientales que tantean las debilidades o directamente hackean los servidores para robar información.
Pero la verdad es que cuando uno empieza no te roban las ideas. Todas las ideas al principio son ideas, son sueños de personas que hasta que el impreso 036 o 037 se presenta, mientras tanto son constructos intelectuales que dan una solución a un problema que creemos que tiene una persona o empresa y por la cual estaría dispuesta a pagar.
Mientras esta realidad está en el mundo de las ideas, es un ser delicado, que hay que cuidarlo y alimentarlo. Y, a pesar de que los padres de la criatura lo mimen hasta la saciedad, no siempre tienen todos los conocimientos para hacerlo, las habilidades para que poco a poco empiece a nacer en un mundo real.
Por ejemplo, yo tengo el sueño de vender ropa ecológica. Quizás sepa de ecología o de ropa, pero ni idea de ventas, ni de logística, ni de marketing, ni de e-commerce, ni de marketplaces o directamente voy más perdido que un pulpo en un garaje en el entorno de negociaciones con proveedores.
El callarte por si alguien tiene la idea de vender ropa ecológica no creo que sea un acierto. Más allá de que esto de ecológico y sostenible ya es un concepto obligado y no te diferencia. La clave es hablar, como si fueras un padre o madre, de lo maravilloso que es tu pequeño proyecto con todo el que tengas ocasión.
Has de explicarle por qué es maravilloso, por qué es valioso y por qué lo haces, vamos, el pipi elevator que decía una conferenciante no hace mucho: sencillo y rápido. Y has de saber cuándo lo has de soltar, no siempre a todos les apetece escuchar la última idea del primer individuo que se cruza con ellos en la cola del pescado: “Dame dos lomos de merluza que sean bien hermosos y ¿sabes que tengo un proyecto de vender albóndigas resistentes al ketchup?” No, no toca.
Otro concepto que has de saber aplicar es que, una vez sueltas tu rollo conceptual, has de esperar a que el resto conteste. Queda fatal pedir atención al otro pero, cuando acabas, ignorarlo por completo. Y sobre todo porque quizás el otro —y esta es la cuestión de este texto— es el que quizás pueda ayudarte.
Todos tenemos habilidades, sueños y valores a defender. Quizás se puede dar el caso de que expliques tu idea, tus valores y, si la idea le interesa, quizás quiera participar. O quizás la persona con la que hablas es un conector, y si sabe orientarte a cinco personas que te pueden cubrir las necesidades que ni sabes ni puedes.
Otro tema es cómo se remunera. Todos sabemos lo duro que es empezar, las maravillas que se hacen para estirar la poca liquidez que hay. Hay opciones para todos los gustos: desde el clásico salario, a ser accionista, a tener equity o millones de formas creativas de sumarse a un proyecto que necesita talento.
Pero nada de esto puede ocurrir si no hablas, y menos si no escuchas. Así que quítate la vergüenza, explícale al mundo cuál es tu sueño. Si lo intentas, quizás te despiertes un poco más cerca de conseguirlo.


