Despierta
Una de las situaciones más recurrentes cuando hablo con profesionales o con mis jugadores, al plantear la frase “¿dónde te ves en cinco años?”, es que o bien no tienen ni la más remota idea, y si intentas indagar preguntándoles si se ven toda la vida siendo la misma persona que son hoy, te dicen que por supuesto que no, pero no acaban de ver la importancia de tener metas y objetivos.
Los que sí las tienen te describen un futuro con tal nivel de detalle que parece que ya lo han conseguido, y cuando les preguntas qué están haciendo para llegar a esa visión, abren los ojos y, como si les hubieras ofendido, te dicen: “es un proyecto”.
No voy a subirme a un pedestal y darme pisto, porque yo he sido ellos en momentos de mi vida en los que no sabía a dónde quería ir. Y si por casualidad era consciente de a dónde quería llegar, era más una fantasía que un proyecto real. La consecuencia de ambas situaciones es que, tarde o temprano, te ves atrapado o con demasiados miedos en tu mochila, invirtiendo más energía en justificarte que en tomar el control de tu vida.
Me entristece ver personas con capacidades brillantes dejar que todo su potencial se apague porque les falta confianza, porque nadie ha creído en ellos y son sombras de lo que podrían ser, escondiéndose en las esquinas, evitando todo protagonismo porque, en el fondo, no se sienten lo suficientemente buenos.
Estos perfiles, los que realmente pueden cambiar, son demasiado sensibles y prefieren no demostrar todo lo que tienen por miedo a que otros dejen de ser tan dominantes. Quizás alguna vez lo hicieron y no supieron gestionar la rabia que otros volcaron contra ellos, porque en el fondo, esos líderes de plastilina que aparecen por el mundo son los más inseguros, y cualquier rival que detecten lo aplastan sin misericordia.
Lo vemos con frecuencia en política, donde no suben los mejores sino los más fieles, los que menos sombra hacen al líder. También en las empresas, donde el que no molesta se coloca como segundo con el único trabajo de decir: “qué gran idea has tenido” o “lo que tú digas”. Y ya no entremos en el proceloso mundo de familiares, allegados y apellidos ilustres que ascienden opacando talentos más dotados.
En la otra balanza tenemos a personas que escapan de su realidad imaginando alternativas, soñando su futuro con todo lujo de detalle, pero sin ponerse objetivos ni tareas que les acerquen un poco más a eso que imaginan con los ojos cerrados. Este trabajo de soñar despierto acaba generando más depresiones que el final de series de renombre, porque solo consigue acentuar lo que no tenemos frente a lo que queremos.
Ambos perfiles han de tomar una decisión importante: hacer algo. Moverse, como los tiburones, porque quedarse quieto, simplemente seguir soñando o escondiéndose, no beneficia a nadie: primero a ellos mismos y después al resto de la sociedad. Hay que ser capaz de levantarse y dar pequeños pasos. No voy a pedir que sean en la dirección correcta, pero al menos moverse y comenzar con las decisiones más fáciles: saber qué no nos gusta, y a base de descartar, ir acercándonos cada vez más a la meta.
¿Y cómo empezamos a andar?
Pregúntate qué es importante para ti. Haz una lista de valores innegociables que te representen. No te preocupes por lo que dirán los demás, sino por cómo te acercan a la figura ideal que quieres ser.
Quiérete. Es importante valorarse porque tú eres tu principal cliente. Recuerda que vives contigo 24x7, y si no te valoras, no te hablas con cariño y respeto, será complicado que el resto lo haga.
Filtra opiniones. Todos tenemos una opinión, pero no todas son igual de valiosas. Aprende a diferenciar las que te aportan de las que te hacen daño.
Empieza con pequeños pasos. Crea rutinas, hábitos, tareas sencillas que puedas cumplir y construye desde ahí.
Acepta el rechazo. Te dirán que no, habrá personas que no querrán saber nada de ti, pero eso no significa que tengas algo malo. Simplemente no todos estamos preparados para conectar con todos.
Es innegable que tomar el control de tu vida tiene implicaciones muy serias. Si decides que tú tomas el control, a partir de ese momento todas tus decisiones son tu responsabilidad. No hay nadie más a quién culpar. Tus éxitos y, sobre todo, tus errores son tuyos. No hay ningún chivo expiatorio al que señalar con el dedo.


