Al principio fue el verbo
No sé si os suena la frase “al principio fue el verbo”, pero si mi educación católica no me falla y todas mis lecturas sobre metafísica, religión y espiritualismo, es la primera frase de la Biblia, al menos en algunas versiones. Y creo que es una afirmación poderosa: el verbo fue lo primero.
Si nos sumergimos en lo que significa “verbo”, podremos encontrar varias definiciones, pero para mi humilde opinión la más importante es que significa acción, el hecho. La Biblia no empieza con “Dios barruntaba si le apetecía más un bocadillo de jamón o unos huevos fritos”; el libro con más influencia en la humanidad escoge su apertura con una acción, y creo que no es una elección baladí, sino intencionada.
En mi trayectoria ayudando a empresas y personas he visto presentaciones de todos los colores: las he visto en formato 4:3 y ahora en 16:9; presentaciones que parecían un teleprompter porque el presentador se dedicaba a leer mirando la pantalla; y no nos olvidemos de los departamentos financieros que tienen la fantástica costumbre de pegar el Excel directamente y que la audiencia desarrolle una vista de águila para no solo ver, sino descifrar todos los números.
Todas esas presentaciones son el resultado de muchas horas de trabajo, mucho esfuerzo intelectual para destilar lo que se quiere conseguir, reuniones largas, discusiones hasta agotarse y, por fin, en un esfuerzo final donde se han invertido desde un mes hasta seis meses, acaba resumido en una presentación de más de treinta páginas, de las cuales la audiencia se acordará de cinco, y que acabará en el cielo de los PowerPoints borrados, junto con cientos de otras presentaciones creadas con cariño, intención y esfuerzo.
El problema con todas esas horas no facturables es que no tienen acción, no tienen verbo. Se ha destinado una cantidad desbordante de energía que se consume en la ejecución de ese memorándum recomendando una acción determinada, pero al final nadie coge el testigo o no se recibe el poder para hacerlo funcionar.
Es lo que denunciaba hace mucho tiempo Eric S. Raymond en La catedral y el bazar, donde dos versiones compiten por conseguir resultados, pero el sistema bazar es dinámico, rápido y adaptado a las necesidades actuales. Creo —y esto es mi apuesta personal— que sobre esta filosofía se construyeron sistemas como Agile, SCRUM, Kanban, Sprint… Y si esto os suena a chino, quizás os suene la idea de intentar mejorar solo un 1 % cada día, simplemente eso. Si consigues aplicarlo de forma constante, al final del año habrás mejorado un 31,18 %. Una cifra bastante respetable.
Este gap entre ideas y ejecución puede venir de muchos lugares. El más clásico es cuando dirección quiere implementar una solución o idea que está totalmente desconectada de la realidad de la empresa, como puede ser ahora la IA, donde se gastan auténticas fortunas implementando estas soluciones sin que exista un retorno real porque no se pensó en solucionar un problema real, sino en seguir una moda que no tenía sustento en su organigrama empresarial. Estas ideas paracaídas no tienen respaldo del equipo y normalmente se ven con rechazo, usualmente porque significan más trabajo o recortes de personal, lo cual suele ser un incentivo poco eficaz.
La otra variable es cuando un equipo está trabajando al cien por cien: intentar implementar la solución que propone dirección, normalmente aconsejada por una consultora, hace que la gente no pueda rendir por encima de lo que está haciendo. Así que hay dos opciones: o deja de hacer su trabajo (lo cual es malo), o opta por no aplicar lo que le indica un señor que no conoce de nada y que cobra dos veces más que él. No creo que necesitéis que os diga la respuesta. Aquí habría que dotar de recursos al equipo porque en una jarra de un litro cabe un litro, y las ideas de bombero de “si lo apretamos un poco” no funcionan.
Siguiendo con la lista, está la costumbre que veo en algunas empresas de crear procesos de transformación con estructura matricial, con lo cual no hay nunca un responsable. Así que nadie asume este rol porque suele ser más trabajo, ninguna remuneración y menos reconocimiento. Y francamente, creo que pocos aceptan más trabajo si no hay una compensación —sea económica o de otro tipo—.
Y para finalizar, pero no es la última, está la falta de criterios para medir si la aplicación de una nueva idea ha creado un mejor rendimiento. Y no me sirven los KPI generales, porque hay muchas variables que pueden afectar, sino buscar las variables que solo estén afectadas por el proyecto a implementar y ver sus resultados, si son mejores o peores. Esta parte tediosa de buscar qué tipo de dato necesitamos, que sea fiable, recogerlo y analizarlo, no se suele hacer.
Una persona que respeto y admiro por su trabajo y valores me dijo una vez esta misma frase: “al principio fue el verbo”. Comentando la frase, estábamos de acuerdo en que los planes están muy bien sobre el papel, pero que si no aplicamos lo que queremos en el día a día, los planes son solo papeles mojados. Y todos esos sueños sin resultados llevan directamente a la decepción, baja autoestima y depresión.
¿Y vosotros, planificáis o ejecutáis?


